domingo, 28 de agosto de 2011

Consultorio

Siento un dolor en la sirvienta doméstica.
No se preocupe, es normal que suceda.
Le recetó pajarificantes (dos por día).
Al día siguiente su sangre volaba sobriamente,
pudo volver a trabajar
y olvidarse de las zonas de terror en su cuerpo.

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Reinado

I.

Hoy, hoy, hoy, señora, hoy
cómprese vellos
para los pechos de sus hijos.
Hay, hay, hay, señora, hay
huevos, huevos dorados, huevos blancos,
huevos lacrimosos, huevos llorados.
Hay guerras, señora, hay guerras,
comienzos y finales,
porvenires estupefactos
en manos petrificadas.


II.

Cerrá el paraguas, boba.
Pisá el pequeño esqueleto, total.
Sentíte bien,
sentáte reina,
sentáte a contemplar
el vuelo de los escombros.


III.

Soplá, dale, soplá.
Hay que soplar fuerte para que vuele
este pájaro anulado.


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jueves, 25 de agosto de 2011

Piel de infancia

I.

Los mismos pájaros en las mismas ventanas,
la misma niña de quemaduras antiguas.


II.

La puerta en llamas (la piel de su infancia),
un sólo deseo cruje en su garganta,
sus huesos se abren de tanta mujer.


III.

El pie que traba la puerta,
grito que sostiene el techo,
esta casa que sigue existiendo
por un descuido.


IV.

Dando de comer a sus cómplices,
la neblina reparte el mar entre los ausentes.
California se hunde.


V.

Deja la burbuja suelta
para que sufra
su propia fragilidad
en su lucha contra el aire.


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viernes, 12 de agosto de 2011

Convivencias

I.

Pronóstico del día:
oreja solitaria en la nieve de los ancestros,
visibilidad reducida por copulaciones.


II.

Los invitados lamían las patas de las mesas,
mientras gritos latían en el fondo de las copas,
en la cocina amasaban un árbol santo,
verdes fibras de una nueva memoria.

Al final, había que correr los muebles
y convivir con las hienas intrusas.


III.

Las mujeres tejían caballos de arena
cuyos derrumbes incesantes
fastidiaban a los espectadores.

Miraban el círculo vacío en la pared,
había que llegar a casa,
era la hora para arrojar a los hijos
hacia el insomnio.

Había que saludar a la cabeza que rodaba
por las calles imitando el silbido de un misil.

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puchos autobiográficos

I.

Acepto la tarea
de arrastrar tus silencios por el puerto,
nombrar las piedras de tu corazón,

pero no finjas un camino
arbolado de paz en tu mirada
cuando en tus ojos está alguien forzando puertas,
volteando muebles, quemando hojas,
arrojando cuerpos al mar.

Acepto la tarea
de comer las avispas y los picos
de las aves que habitan
la tumba de tu voz de día

pero no montes tu caballo ciego y eterno,
girando tu furia hacia el puerto,
lanzándote hacia el frío
para tragártelo entero y burlarte
de la susceptibilidad del mar.


II.

Tu mirada: antología
de puchos autobiográficos
apagados en pieles ajenas.


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